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martes, 24 de marzo de 2015

LAS DURAS TAREAS DEL HOGAR "HACER LA COLADA"

De cómo se hacía "la colada" en Ujué por los años 40.
Relato de Mikel Burgui en su blog

¿Qué es hacer la colada?
Hoy cuando oímos que alguien va a "hacer la colada" entendemos que se está refiriendo al proceso de lavar cualquier clase de ropa.... en una lavadora - secadora automática.
El origen de la expresión es el hecho de hacer pasar (colar) agua hirviendo entre un envoltorio con ceniza y la ropa blanca que se ponía debajo, para que ésta después del aclarado quedara resplandeciente.

En mi casa se guardó un terrizo de cinc que según decían sirvió para hacer la colada.
El terrizo tenía un chucho (tubo) abajo del todo para desaguar. Y la piedra era para conducir el agua cuando la colada se hacía en un cesto.


Ya había leído que la ceniza se utilizó para hacer la colada de la ropa. Pero sin más. Sin entrar en detalles. Sabía que al hecho de hacer la colada se le llamaba lixiba y bokata en euskara... pero nunca me había picado la curiosidad de saber cómo se hacía esta labor en Uxue.
En el libro titulado "Los corrales de Ujué y la vida de antaño" hay un breve párrafo que explica el proceso de hacer la colada pero como luego he comprobado no de manera muy exacta: “la colada” consistía en hervir la ropa sucia junto al agua y las cenizas del hogaril cernidas. Luego había que aclararla repetidamente hasta que quedaba limpia como “los chorros del oro”. 
Para saberlo con precisión decidí preguntar a varias vecinas del pueblo que, por su edad, pudieron haber conocido este método de la colada con ceniza.

La primera conclusión que he sacado tras entrevistarme con ellas es que hacer la colada de la ropa blanca era una de las tareas más duras que realizaban las mujeres de Ujué.
Según la cantidad de ropa que tuvieran que lavar, el proceso podía durar hasta tres días: Uno para mojar y enjabonar la ropa, otro para hacer fuego, calentar el agua, pasar la colada de agua y ceniza, y el tercer día para el aclarado.

Para la primera y última fase lo normal era desplazarse con la ropa hasta los barrancos o al lavadero que estaba a kilómetros del pueblo.

La primera persona que consulté fue Ángeles Villar de 82 años de edad.
Ella recuerda perfectamente aquellos tiempos. El hogaril de su casa estaba en la cocina que tienen junto al bar.
Me contó cómo guardaban la ceniza y cómo la cernían; cómo debían mojar y enjabonar la ropa blanca y las sábanas antes de colocarlas en el terrizo y cómo ponían la ceniza cernida envuelta en un paño encima de la ropa.
Me explicó que calentaban abundante agua en una caldera en el fuego del hogaril y como la echaban poco a poco sobre el envoltorio de la ceniza para que fuera pasando por la ropa.
El agua que salía por el chucho del terrizo se recogía y se volvía a calentar hasta la ebullición, se volvía a verter repitiendo la operación una y otra vez hasta que toda la ropa estuviese caliente… Luego había que aclararla.

Consuelo Sola de 94 años, recuerda la colada tal como la cuenta Ángeles y que al final el terrizo quemaba. Y nos cuenta que el agua final la empleaban para lavar el suelo de la casa que solía ser de esos ladrillos rectangulares de color rojo.


Por ellas he sabido que antes, en vez del terrizo, se usaba un cesto parecido a un cuévano forrado por dentro con tela. El cesto descansaba sobre una piedra.















A la hora de colocar la ropa para la colada también se han empleado otros tipos de vasijas tales como una de Etxaleku tallada en un bloque de piedra y otra de Isaba hecha en un tronco de árbol vaciado y abierto por los dos lados.




Elvira Ayesa me relató que siendo muy niña conoció lo de la colada con ceniza en casa de su tía Máxima que tenía hogaril.
Ella recuerda que ponían agua en una caldera que colgaba sobre el fuego pendiente de una cadena hasta que hervía.
Las sábanas y ropas blancas se ponían en el terrizo y encima de ellas la ceniza envuelta en un paño sobre el que echaban el agua hirviendo.
Elvira recuerda que luego, su madre y su tía debían ir con toda la ropa al lavadero a aclararla aunque había gente que iba a los barrancos...
Ángeles Villar recordó que antes de meter las sabanas en el terrizo las enjabonaban, Elvira cree recordar que al aclarar también enjabonaban la ropa con ese jabón casero hecho con grasa y sosa, y que conforme iban aclarando la ropa de la colada la iban colocando por los matorrales para que se secara...  y tuviera menos peso a la hora de volver cargadas al pueblo.
Cuando regresaban a casa bajo el peso de los cestos de la ropa, todavía les quedaba la tarea de tenderla si todavía estaba mojada y luego plancharla con aquellas planchas de carbón.


Consuelo Sola dice que para llevar la ropa al barranco o al lavadero se solía emplear burros y mulas, pero que había quien iba con un fardo de ropa al hombro o llevándola en un cesto entre el brazo y la cadera.
Ángeles y Consuelo dicen que las mujeres de Ujué no llevaron nunca peso sobre la cabeza.

EL AGUA EN UJUÉ, AÑOS 40: UN PROBLEMA PARA CONSEGUIR UN BUEN LAVADO.
Hasta que en 1951 se trajo el agua corriente al pueblo era complicado abastecerse de ella ya que Uxue está en lo más alto de la montaña.

Fuentes.
Aunque en muchos sitios del pueblo hay lo que se dice manantíos, ninguno de ellos mana lo suficiente como para abastecerse de agua.

El Buzacao.
La única fuente que merece tener ese nombre dentro del casco urbano de Ujué es la del Buzacao.


En diversos documentos de cierta antigüedad (siglos XVI-XVIII) a esta fuente se le llama lavadero.
Sus aguas son blandas y con un gusto raro por lo que no se utilizaban para el consumo humano.
En cambio, sí se empleaba esta agua para lavarse la cara si aparecían granos, eccemas y para curar enfermedades legañosas.
Al parecer, el agua de este manantío pasaba por un pozo donde se almacenaba.
Luego se la dejaba salir cuando había que lavar o abrevar las caballerías.
El antiguo lavadero del Buzacao (en euskara boca del pozo) permanece oculto bajo el patio del recreo de las escuelas.
Las aguas de esta fuente-pozo salen al exterior y su chorroto (caño) llena un abrevadero junto a la misma pared del patio de las escuelas.

Pozos en las casas.
Ángeles Villar  todavía conserva el pozo de su casa. Cuenta que en el pueblo había (y hay) muchas casas que  también tienen pozo.
Las canaleras que se ponen en los aleros de los tejados conducían el agua de la lluvia hasta dentro.
En casa de Elvira Ayesa también hubo uno. En la casa de Consuelo Sola no lo hay pero en la de su hermana Marcelina hay uno muy grande que todavía mantiene mucha agua.
Presen Bustince dice que en su casa sí que hubo otro pozo que aprovechaba un manantío y el agua de la lluvia..... y entre todas recuerdan un buen número de casas del pueblo que todavía lo tienen o tuvieron.
El agua de muchos de estos pozos caseros no solía ser suficiente para lavar la ropa de todo el año, por lo que a sus dueñas también se les hacía necesario ir a los barrancos o al lavadero para hacer los lavados y aclarados.

El agua para beber.


El agua para beber se traía del aljibe de detrás de la iglesia. Las mujeres iban con cántaros y pozales a sacarla de este pozo.
El aljibe no mantenía suficiente agua como para abastecer al pueblo durante todo el año y los vecinos tenían que bajar hasta las fuentes de Turtumbera y Anzandieta situadas en los barrancos del mismo nombre desde donde se traía al pueblo en angarillas, un aparejo para cuatro cántaros, que se ponía a lomos de las caballerías.

Lugares para lavar.
Quien no tenía pozo en casa, o aun teniéndolo si ya no le quedaba agua, se veía obligado a ir a los barrancos, al lavadero de Txorria que está a 4 km del pueblo o al río Aragón que todavía está más lejos.
En el barranco de Aitzandieta hay un pozo que frecuentaban las lavanderas: El de Artekoaitz o Artocaiz.
Junto al Pasodel Molino y cerca del Paso de Aizkanbela  también había pozos muy frecuentados para lavar y aclarar la ropa.



Presen Bustince (78 años) recuerda que cuando moría alguien, los familiares iban a lavar la ropa del difunto a un pozo del barranco de Aliaga al que llamaban "el pozo de los muertos".
El difunto Secundiano Goyen, un vecino que tuvo vacas, me contaba que por aquellos tiempos tuvo varias broncas con las que lavaban y aclaraban la ropa en los pozos de los barrancos a causa de que ensuciaban el agua y las vacas no la querían beber...
En el año 1931 se construyeron las actuales escuelas. El poco eficiente lavadero del Buzacao quedó inutilizado bajo el patio del recreo.
Hoy, cuando en Ujué alguien menciona "el lavadero" todos entendemos que se está hablando del que está a unos 4 km del pueblo, entre el término de Galaputzu y el de Txorria y que recibía las aguas de las fuentes de Matxiniturrieta.
En el diario de Navarra del 28 de septiembre de 1932 se puede leer un anuncio del ayuntamiento de Ujué donde se saca a concurso la construcción de este lavadero  con un precio inicial de 6.017,58 pesetas.
Las escuelas y el lavadero se hicieron siendo alcalde Félix Pena.
Años más tarde (1950-51) el agua del nuevo lavadero se canalizó por tubería  hasta Ujué al lugar de bombeo (junto al corral de Porta) dentro del plan de abastecimiento del agua corriente al pueblo.

UJUE. LA CENIZA FUE SUSTITUIDA POR LA LEJÍA POR LOS AÑOS 49-50.

El jabón para lavar.
Recordamos que allá, cuando éramos unos mueticos de cinco o seis años ya había agua corriente y desagües en cada casa del pueblo.
Para fregar las sartenes y las baldosas del suelo se empleaba arena del río...
También asperón y estropajo...
En cuanto al jabón, solo conocíamos esas pastillas marrones de la marcas Chimbo o de la marca Lagarto, aunque todavía había casas donde hacían jabón casero con grasa y sosa...
El tratamiento de la ropa blanca ya no se hacía con ceniza, sino usando lejía y aclarando con azulete.

¿Y la lejía? ¿Cuando llegó la lejía a Ujué?
Eva Berrade me comentó que siendo muy niña su padre Rufino tuvo un accidente tras el cual anduvo siempre con muletas... y que su madre, Agapita Ibañez, tuvo que ingeniárselas para sacar adelante a sus tres hijas y que el primer "negocio" en que se metió fue el de vender lejía... (luego puso tienda y años más tarde Rufino y Agapita regentaron el Centro Parroquial).
Según Eva, Agapita fue quien introdujo la lejía doméstica en el pueblo. La compraba en la droguería Ardanaz de Pamplona y como era un solución muy concentrada, la mezclaba con agua para adecuarla al uso casero.
Después de esta operación, cargaba la lejía en los mulos que le dejaba su padre y salía hacia Murillo el Fruto y pueblos de alrededor vendiéndola a domicilio.
Eran los años 49-50 por lo que podemos decir que por esos años comenzó en Ujué el declive de hacer la colada con ceniza.

El uso de la lejía y del azulete, la llegada de los jabones industriales y la traída del agua corriente al pueblo, marcaron el fin de esta trabajosa manera de hacer la limpieza de la ropa.
¡Y eso que todavía no habían llegado las primeras lavadoras! Esas cubas a las que había que echar agua con un pozal, que lo único que hacían es dar vueltas y vueltas a la ropa sumergida en agua y jabón... que para aclarar había que desaguar por medio de un tubo y volver a echar agua limpia…

HOMENAJE.
Mi deseo es que este escrito sirva de homenaje a nuestras madres, abuelas y a todo el género femenino que nos precedió.
Mujeres de manos encallecidas por el jabón de grasa y sosa cáustica, por la lejía que producían las cenizas… y por el frotar y frotar la ropa en unas aguas a veces frías como el hielo...
Mujeres que además de ir a por agua, hacer la colada, tender y planchar debían criar a sus hijos, hacer la comida, cuidar de los ancianos, gobernar la casa, mantenerla limpia, atender a los animales del corral, embutir lo de la matanza, embotar frutos y hortalizas, hilar el lino y la lana, tejer, coser, echar remiendos a la ropa... ayudar en las tareas del campo... etc. etc.

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