Un artículo de: Jesús Pérez de Viñaspre Txurruka
En 1176 el rey de Navarra Sancho VI el Sabio y el de Castilla Alfonso VIII decidieron nombrar como árbitro de sus disputas territoriales al rey de Inglaterra Enrique II de Plantagenet. El hecho de que este fuera suegro del rey castellano no fue obstáculo para que el rey de Navarra pudiera confiar en su imparcialidad a la hora de dictar su sentencia arbitral, habida cuenta de que era un monarca de gran prestigio internacional e ingente actividad diplomática.
En 1176 el rey de Navarra Sancho VI el Sabio y el de Castilla Alfonso VIII decidieron nombrar como árbitro de sus disputas territoriales al rey de Inglaterra Enrique II de Plantagenet. El hecho de que este fuera suegro del rey castellano no fue obstáculo para que el rey de Navarra pudiera confiar en su imparcialidad a la hora de dictar su sentencia arbitral, habida cuenta de que era un monarca de gran prestigio internacional e ingente actividad diplomática.
Al año siguiente, 1177, Enrique II emitió su veredicto (Laudo de Londres) de obligado cumplimiento para las partes. Y así Navarra debía renunciar a la Bureba y a parte de la Rioja, lo que implicaba la pérdida de la territorialidad heredada de Sancho III el Mayor. Por otra parte, Castilla únicamente se veía obligada a restituir a Navarra los castillos de Portilla y Leguín, así como a pagar 30 mil maravedíes a plazos durante 10 años. La sentencia no satisfizo ni a castellanos ni a navarros pero favoreció claramente a Alfonso VIII de Castilla, yerno del arbitrador inglés Enrique II.
No obstante, quedaba meridianamente claro que los territorios de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya se conformaban nítidamente como parte de Navarra. Tras este tratado de paz, el rey navarro Sancho VI el Sabio fundó las ciudades de Donostia (San Sebastián) (1180 ) y Nueva Victoria sobre la aldea de Gasteiz (1181). También creó nuevas tenencias defensivas: Arlucea , Treviño y Antoñana, en 1181; Záitegui, en 1188, Buradón , Portilla , Laguardia de Navarra , San Vicente de la Sonsierra y Aitzorrotz en 1184 , todas las cuales devinieron en un fortalecimiento del sistema defensivo del Reino de Navarra. Sancho VI el Sabio murió en 1194, dejando el reino a su hijo Sancho VII el Fuerte, bastante mermado territorialmente, pero consolidado y muy estable políticamente.
No obstante, las presiones de los reinos vecinos Castilla y Aragón se intensificaron. Sancho VII el Fuerte, sin aliados entre los cristianos, se dirigió a los almohades en busca de ayuda dejando el reino en manos de su hermano Fernando y su cuñado, rey de Inglaterra y duque de Gascuña, Ricardo Corazón de León. Al llegar a África se encontró que su amigo el emir Aben Jacub había muerto. Su hermano y nuevo regente no podía ayudarle ya que se encontraba sofocando una rebelión en su reino, por lo que Sancho tuvo que ayudarle a guerrear en espera de su ayuda.
En la primavera del 1199 y aprovechando la muerte de Ricardo Corazón de León, los castellanos invadieron el Reino de Navarra por el Oeste y sometieron a un duro asedio a Vitoria; los vitorianos, al frente de los cuales estaba Martin Ttipia, resistieron más de un año según el historiador Agramont y Zaldívar, autor de la primera historia de Navarra (1632). El rey navarro, lejos de su reino en Al-Andalus, se vio obligado a entregar Vitoria para evitar la muerte de sus habitantes. Mientras duró el asedio, el rey castellano Alfonso VIII siguió conquistando el resto de fortalezas de la Navarra occidental (Álava, Guipúzcoa, Duranguesado), excepto la Sonsierra , resistiendo Treviño, Ocio y Portilla, las que, a la postre, y en un contexto de negociación y armisticio, fueron intercambiados por Inzura y Miranda de Arga.
Tales acontecimientos supusieron un grave quebranto para el futuro de Navarra por cuanto se vio privada de toda su costa, puertos, barcos, astilleros, ferrerías, diezmos e impuestos obtenidos sobre el pase de mercancías, además de sus territorios y habitantes que quedaban sometidos al yugo castellano. En suma, la invasión del 1200 supuso el verdadero inicio de la pérdida de la independencia de Navarra.
Tanto la resistencia de Vitoria, Treviño, Ocio y Portilla como la aparición de restos de combates en los trabajos arqueológicos realizados en castillos situados en las zonas atacadas por los castellanos (Aitzorrotz, Zaitegi, Mendikute…) evidencian que hubo resistencia armada. Si a esto añadimos las aportaciones documentales de la historiadora Idoia Arrieta, que revelan citas expresas sobre agresiones militares y destrucciones centradas en villas guipuzcoanas como Getaria y Donostia, así como documentos que aparecieron con anotaciones al margen sugiriendo “tener ojo” con el contenido de dicha documentación, corroboran de modo determinante y concluyente la realidad de la guerra y de la resistencia que opusieron los habitantes de la Navarra Occidental, refutando y desmintiendo la existencia de “pacto o voluntaria entrega”.
La estrategia que utilizaron los castellanos para consolidar el dominio y subordinación de los nuevos territorios conquistados se basó en dos pilares. Por una parte, feudalizaron la sociedad dejando el poder a los señores vascongados que traicionaron a Navarra; por la otra, crearon una línea de frontera (llamada de malhechores ) entre lo que hoy son las Provincias Vascongadas y la Comunidad Foral de Navarra con la concentración de la población a todo lo largo de ella, en una serie de villas fortificadas (Kontrasta, Kanpezu, Salvatierra, Segura, Villafranca, Tolosa , Hernani…).
Esta frontera no era natural puesto que no había una división étnica, cultural, económica, geográfica ni de ninguna otra característica que la definiera como tal . Era una frontera artificial en un lugar en el que nunca antes había existido. Esta partición territorial y humana de carácter político generó el surgimiento de una nueva identidad, entre ellas la vascongada . Los navarros no conquistados que vivían en el Reino de Navarra que seguía independiente se reconocían como navarros (denominación política ) aun continuando siendo vascos . Por contra, los navarros conquistados no podían llamarse navarros (motivo de traición de lesa patria para los castellanos), por lo que adoptaron la denominación etnolingüística de vasco (vascongado).
Peor suerte tuvieron los treviñeses quienes, al cabo de cierto tiempo, fueron doblemente aherrojados pasando a ser directamente castellanos. Durante tres siglos Castilla promovió campañas de hostigamiento hacia Navarra desde la línea de villas fortificadas que dieron lugar a luchas fratricidas, las cuales mantenidas a lo largo de tanto tiempo inevitablemente deberían dejar huellas y marcas profundas en las poblaciones. Y efectivamente surgió una conciencia de partición, de fractura radical, de ser de otra tierra, de ser enemigos… A esta nueva conciencia se añadió el olvido, inducido por el dominante, de la causa de la partición, lo que conllevó la aceptación por parte del dominado de las señas de identidad instigadas por aquel.
Esta política de Estado (Castilla, España) ha buscado tras la invasión y división territorial, artera y sibilinamente, la creación de nuevas identidades a partir de una situación homogénea con el objeto de conseguir el debilitamiento del sujeto histórico y político. Nueva identidad , nueva ideología , nueva realidad. Y de estos mimbres se valió Castilla para que guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos tomaran parte en la conquista de la Navarra independiente (1512). Y de la misma manera posteriormente, España hizo lo propio para que requetés navarros y alaveses conquistaran Guipúzcoa y Vizcaya en 1936-1937.
Los sucesos del 1200 y sus consecuencias tienen implicaciones importantísimas en la situación política actual de nuestro pueblo. Es la causa y origen de la división política y mental de la Euskal Herria que hoy conocemos, que se plasma en los centros de decisión, sea en la administración, sea en las leyes, sea en la aplicación de política lingüística, sea en la organización del territorio, sea en los símbolos… pero sobre todo en el tema de la identidad. Y así los parámetros que el dominante aplica a la ciudadanía de Euskal Herria es la de vascos y navarros , vascos nacionalistas y no nacionalistas, navarros y franceses, navarros y vascos…
El que los habitantes de Vitoria, Treviño y Portilla no se rindieran y resistieran a los invasores castellanos es una demostración de heroísmo, es una prueba evidente y manifiesta de lealtad hacia el Reino de Navarra, que sin embargo se olvida sistemáticamente porque no deja de ser una verdad incómoda ya que, por una parte, recuerda el gran esfuerzo de sus pobladores para seguir siendo navarros y, por otra, evidencia que no hubo voluntaria entrega y sí una conquista a sangre y fuego.
Recordando a Martin Ttipia y a los vitorianos, treviñeses y portillanos de 1200 que resistieron el embate castellano defendiendo su navarridad, evocamos un hito histórico que forma parte de nuestra memoria histórica, memoria que constituye el fundamento para la construcción del relato que es capaz de construir con efectividad una nación. No existe ninguna sociedad sin memoria histórica. Los hitos fundamentales que marcan nuestra historia vienen dados por la principal construcción política que ha realizado el pueblo vasco: el reino o Estado de Navarra. Este es el relato que puede dar sentido a un proceso de siglos y permitir que afrontemos el futuro como sociedad cohesionada, como sujeto político.
Nuestra sociedad ha sufrido a lo largo del proceso de la historia una secuencia de conquistas, ocupaciones y subordinaciones que la han hecho presa fácil de sus dominantes, también a nivel ideológico. Y así, nunca encontraremos en las historias de España ni en la memoria que generan menciones a Martin Ttipia ni a los vitorianos de 1200, y sí observaremos que repetidas veces se evoca la “voluntaria entrega” o la batalla de Vitoria contra los franceses con escenificaciones reiteradas en nuestra ciudad que requieren gastos despilfarradores y derrochadores. Lo que podamos aportar como memoria propia, no sumisa, será tildado de mito, leyenda o, si llegan a reconocer su realidad independiente, postergado y menospreciado. Si como vascos no tenemos nuestros propios referentes históricos ni nuestros lugares de memoria, caeremos de modo inexorable en el “sitio de Numancia”, en “nos ancêtres les gaulois”, en “Charlemagne”, en la “reconquista contra el moro”, en el “descubrimiento y civilización de América”, en el “Siglo Oro”, en “l’Illustration”, en la “Révolution”, en la “guerra de la Independencia contra los franceses” y en las revoluciones o asonadas militares del siglo XIX. En una palabra, tendremos nuestro hogar patrio, nuestro imaginario, en Francia-España o viceversa, que es lo mismo. No será amnesia, será olvido voluntario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario