Fernando Sánchez Aranaz
El rey de Navarra Carlos III el Noble instituyó en 1423 el Principado de Viana, en la persona de su nieto Carlos de Trastámara y Évreux, a quien en adelante se conocerá como Carlos de Viana, hijo de Blanca de Évreux y de Juan de Trástamara, hermano del rey de Aragón Alfonso V. Tal nombramiento fue debidamente aprobado por las Cortes. Desde entonces, este título ha recaído en el heredero de la corona de Navarra, obviamente mientras Navarra fue Reino, es decir, hasta 1620, fecha en la que el rey Luis XIII de Francia decidió unir el Reino de Navarra a sus estados de Francia.
En julio de 1515 las Cortes de Castilla, en reunión celebrada en Burgos, decretaron la unión de las coronas de Navarra y de Castilla, tras la invasión de la Navarra peninsular por parte de Castilla en 1512 y su posterior anexión, en la forma aequae atque principaliter, fórmula jurídica que podría traducirse como príncipe de la misma manera, que indica que en el caso de una unión de territorios, su jefatura recae en la misma persona sin menoscabo de la soberanía de cada una de las partes, lo que en la práctica suponía que la corona de Navarra recaería, en cada momento, en la persona del rey o la reina de Castilla, entonces la hija de Fernando de Trastámara, llamado el “Católico”, Juana I.
Como señala el catedrático de derecho internacional de la UPV, Juan José Alvárez (Haria nº 38, junio 2015), citando al historiador Álvaro Adot, la pregunta clave en este asunto versa acerca de la interpretación que debe primar, si la de las Cortes de Castilla, que se traduce en “incorporación de Navarra a Castilla”, o la de las Cortes de Navarra, si bien tras los hechos consumados de la conquista, la cual defiende el concepto de “unión de Navarra a Castilla”.
¿Dónde queda en todo esto el título de Príncipe de Viana? Existe la creencia de que al unirse en la misma persona ambas coronas, automáticamente los herederos a la de Castilla, más tarde España, príncipes de Asturias desde 1388, serían también príncipes de Viana. Se olvida que dado el substrato electivo de la monarquía navarra, consustancial al Derecho Pirenaico, los títulos, incluido el de rey o reina, no son meramente hereditarios, sino que para ejercerlos es preciso la aceptación de los representantes del Reino, las Cortes, y el juramento del Fuero.
Aun en el remoto supuesto de que el Principado de Viana hubiera quedado en posesión de la monarquía castellana, luego española, aunque la soberanía y la legitimidad se mantuvieran en la sexta merindad y en los estados norpirenaicos, ¿cómo va a ser posible poseer un título que implica el acceso a la jefatura de un estado, cuando ese estado ya no existe, máxime cuando ese estado ha perdido su condición de Reino, como ocurre con Navarra tras la llamada Ley Paccionada de 1841?
La vida de Carlos de Viana es conocida por la lucha contra su padre, Juan de Trastámara, en reivindicación de su derecho al trono de Navarra a la muerte de su madre, la reina Blanca. Carlos era un hombre culto, precursor del espíritu renacentista, inclinado a las artes y las letras, querido por su pueblo, acaso demasiado sensible y delicado para enfrentarse a las trapacerías de su progenitor, quien usurpó el título y el ejercicio de la jefatura del estado navarro, lo que llevó al pueblo navarro a una guerra civil y al mismo Carlos al exilio, la prisión y a una prematura muerte.
Viene todo esto a cuento de la decisión del Gobierno de Navarra, presidido por Uxue Barkos, de prescindir de la familia real española en la entrega de los premios llamados Príncipe de Viana. Además ha decidido trasladar la ceremonia de entrega de los premios del monasterio de San Salvador de Leire al Palacio Real de Olite.
Los premios Príncipe de Viana fueron instituidos en 1990 por el Gobierno de Navarra, acaso por mimetismo con los premios Príncipe de Asturias, establecidos desde 1981 por el rey de España Juan Carlos I, heredero y sucesor del general Franco. En ese momento, 1990, era presidente del Gobierno de Navarra el ínclito Gabriel Urralburu, condenado a 11 años de prisión en 1998 por corrupción.
Concluyendo, entiendo que el Principado de Viana al que alude el premio, está vacante desde que Enrique III accedió al trono de Navarra en 1572, ya que nunca se realizó el nombramiento como tal Príncipe de Viana de su hijo Luis, nacido en 1601, quien tenía ocho años cuando su padre fue asesinado.
Acaso convendría explicitar que el nombre del premio no debe corresponderse con el Principado de Viana, ni con la figura de su supuesta detentadora actual, la princesa de Asturias, Leonor de Borbón, sino con la personalidad de aquel Carlos de Viana, de quien el poeta catalán Guillem Gilbert dijo, tras su muerte, que Dios no le había dejado reinar porque “rey santo nadie lo merecía”.
De la misma manera, la denominación de la Institución Príncipe de Viana, dependiente del Gobierno de Navarra, creada en 1940 para la gestión, estudio y conservación del patrimonio de Navarra, no alude a ningún miembro de la familia real española.
Resulta también de una lógica aplastante que la ceremonia de entrega de los premios se traslade al palacio de Olite, sede real ubicada en la capital de la merindad creada en 1407 por Carlos III, cuyos moradores fueron siempre fieles a Carlos de Viana, en su reivindicación de su mejor derecho a la corona de Navarra.
Fuente: Nabarralde
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