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martes, 13 de octubre de 2020

ASÍ SE CONSERVÓ EL CORAZÓN DE CARLOS II DE NAVARRA

De: Ujué atalaya de Navarra. El blog de Mikel Burgui.

Carlos II de Navarra. Así le extirparon el corazón y las entrañas. Uxue, inspección del corazón en 1851, 1855 y 1886.

La noche en que murió Carlos II de Navarra.
En Navarra, como en otras reinos de Europa, el inicio del año se celebraba el 23 de marzo día de la Encarnación de Jesús en el vientre de Maria.

La noche del 1 de enero de 1386 moría en el palacio Real de Pamplona (hoy Archivo General de Navarra) nuestro rey Carlos II. 

Las entrañas del rey fueron llevadas a Roncesvalles. El corazón a Uxue.

Aunque en la tapa de la caja-ataúd del corazón esté escrito que murió la primera noche de enero del año de la Encarnación de 1386, hoy en día  decimos, utilizando el calendario actual, que murió el uno de enero de 1387

Dos artículos muy interesantes sobre el corazón de Carlos II de Navarra.

El  primero está tomado de la Revista Principe de Viana, número 16, año 1944.

Entre las paginas 285 y 287 encuentro in interesante articulo firmado con las iniciales F. Z. 

Desconozco quien es el autor, pero al ir leyendo compruebo que, visto cómo maneja los datos y sus pormenores, debió ser un buen conocedor e investigador del Archivo Real de Navarra.

El autor de este primer escrito relata la muerte del rey, su evisceración, traslado de su corazón y entrañas a Uxue y Roncesvalles y enterramiento de su cuerpo en el claustro de la catedral románica de Pamplona...

El segundo escrito es de Juan Iturralde y Suit historiador, miembro y secretario de la Comisión de Monumentos de Navarra, ensayista y pintor, fundador de la Asociación Euskara de Navarra.

Entre sus muchos artículos y publicaciones está un opúsculo con el titulo "Recuerdos de Ujué" del que copio la parte en la que habla de la apertura de la caja que contiene el corazón de Carlos II allá en 1851, luego en 1855 con el fin de fotografiarlo y cuando en compañía de Pedro Madraazo visitó Uxue.

Comencemos con el relato de F. Z. 

Muerte del rey y evisceración del cadáver.

Truculento relato de la disección del cuerpo de Carlos II para extraerle corazón y entrañas. Panegírico de la azarosa vida de nuestro Carlos II de Navarra.

Grabado: autopsia medieval


EN TORNO A UN CORAZÓN 

Articulo tomado de la Revista Príncipe de Viana número 16.

En la noche del 1° de Enero de 1387 en el palacio Real de Pamplona, agonizaba un Rey; era Carlos II de Evreux, rey de Navarra, a quien unos llaman «el Malo», mientras otros le apellidan «el Justiciero», abismal disparidad de criterio harto frecuente en la Historia cuando se trata de enjuiciar a los hombres que manejaron pueblos.

A la mañana siguiente, mientras todas las campanas de la vieja Iruña doblaban por su ánima, los peones Zuazu, Irusquieta, Daillo y Olaverri, en el claustro románico de la catedral (no de la actual, aunque sí emplazada en el mismo sitio, sino de la que en el siglo XII consagrara el Obispo D. Pedro de Andagoya, hundida en parte a fines del siglo XV) abrían la fosa en que había de ser sepultado; el rocín del hostelano Pedro Cia, alquilado para ese menester, transportaba la tierra que aquéllos extraían, lo cual da una idea de la mezquindad de las caballerizas reales.

Entretanto, en uno de los aposentos del palacio se ofrecía un macabro espectáculo; sobre una mesa yace un cadáver completamente desnudo; es el de Carlos II, el rey inquieto de azarosa existencia, ya masa inerte y putrescible, sobre la que van a cumplirse sus últimas voluntades.

Un hombre, con inconfundibles rasgos semíticos y hebraico atuendo, y que no es otro que el judío Samuel, físico del Rey, armado de acerado cuchillo que le da apariencia de matarife dispuesto a descuartizar una res, raja con mano firme («lo abrió en canal» reza la Crónica) el vientre del monarca.

Por el enorme boquete del que brotan tumultuosamente las vísceras, introduce impasible la diestra hurgando las cavidades reales como si buscase un determinado órgano quo ya parece haber encontrado, pues su mano abarca una masa carnosa de la que tira haciéndola emerger a la superficie; es el corazón, que sujeto por los grandes vasos, se resiste a abandonar el recóndito lugar donde latió, impulsado unas veces por la ira, otras por la ambición, también por la clemencia y no pocas, por la pesadumbre, pues la realeza no inmuniza contra el dolor y la adversidad, que no hay mortal que los soslaye. 

El judío, sin titubeos, con pulso seguro, secciona arterias y venas; la víscera queda libre entre sus sarmentosas manos, tintas por la real sangre; luego la introduce en uno de los dos picheles que Juan, el estañero del burgo de la Navarrería ha preparado para depositar en ellos los despojos de su Rey y por cuyo trabajo, según consta en la Crónica, cobró treinta y tres sueldos y tres dineros, exigua cantidad que pregona la modestia, tanto del artesano, cuanto de los materiales que se emplearon en la confección de los recipientes que habían de guardar los restos de un soberano.

A continuación, Samuel arranca las entrañas, que mete en el otro pichel, que al igual que el primero, contiene ya el adobo compuesto de mirra, áloe, y una porción de drogas más con que habían de conservarse según el procedimiento de la época y servir también para embalsamar el mutilado cuerpo del extinto monarca y cuyos ingredientes había proporcionado por cincuenta sueldos el especiero con ribetes de apotecario Pere de Añorbe.

Rociado el cuerpo con agua de rosas, se introdujo en el ataúd, en el que, a pasar de todo, su Majestad no ocupaba más sitio que el de cualquiera de sus vasallos.

La lúgubre faena fue acabada y de ello levantaron el correspondiente testimonio el Escribano de la Real Cámara, cumpliéndose así la primera parte de las disposiciones de Carlos II, que dejaba su corazón a Nuestra Señora de Ujué, las entrañas a Nuestra Señora de Roncesvalles, y su cuerpo a Santa María la Real de Pamplona, estilo muy usado de los Príncipes moribundos del medievo, ese de repartir los despojos de la muerte en diversos lugares a que se extendía su devoción y afecto.

Así quedó partido en tres porciones y por mano de un judío, el cuerpo de uno de los reyes más interesantes y discutidos, tal vez el más, de la dinastía navarra. Conforme a sus deseos, su cuerpo reposa en la Iglesia primada de Navarra. ¿Qué fue de sus entrañas?

Una pluma autorizadísima escribe sobre ese punto literalmente: «Se ignora el paradero del pichel destinado para Roncesvalles en 18 de Enero de 1387 y entregado ese mismo día a un acemilero del monasterio.

Habría llegado sin duda a Roncesvalles, pero aquí no se tuvo la estimación de las entrañas reales que de el corazón en Ujué.

Este permanece y los intestinos desaparecieron sin duda por valer mucho menos que el corazón, a pesar de ser ambos del mismo Rey». Y es que hasta entro las vísceras hay también sus categorías.

El corazón, después de más de cinco siglos, convertido en informe y deleznable piltrafa, sigue según deseo de su poseedor, ofrendado a Nuestra Señora de Uxúa en su basílica de Ujué.

El miserable despojo es aquel corazón que se agitó convulso por el furor cuando hubo de mandar ahorcar en el tristemente célebre puente de Miluce, a unos cuantos de sus vasallos que se enfrentaron con su Señor; es el mismo corazón que latió esperanzado en la cárcel de Alleux en que arteramente lo encerrara el Rey de Francia, hasta que fue libertado por unos cuantos bravos caballeros navarros.

El mismo corazón que palpitó impulsado por la ambición y la osadía en las plazas de París, enardeciendo con su elocuencia fogosa a los franceses que estuvieron a punto de sentarlo en el trono de San Luis.

El mismo corazón que en más de una ocasión sería invadido por la tristeza —nunca por el abatimiento ni el temor— como cuando en 1372.

«habiendo comprado ciertos paños de Abraham Hamet, judío de Pamplona, tan exhausta estaba su bolsa que no disponiendo de los treinta y cuatro florines (ni teniendo por lo visto quien le fiase), hubo de dar en prenda tres tazas de plata»;

El mismo corazón, en fin, que más de una vez habría de retorcérselo como hombre, para que dictase como Rey.

Carlos II de Evreux, Rey de Navarra, como todos los que imperan sobre multitudes, tenía dos corazones: el del hombre, que es el que arrancó el judío Samuel y que convertido en piltrafa sigue ofrendado a la Virgen Santísima de Ujué y el del monarca, que, como un atributo más de la soberanía, hubo de transmitírselo a su hijo y sucesor y que, al igual de tantos otros que rigieron destinos humanos, será siempre un arcano impenetrable, con lo cual no pretendemos decir que el del hombre sea un libro abierto, ni mucho menos. 

F. Z

Segundo relato

Como he dicho antes, es parte de un opúsculo de Juan Iturralde y Suit titulado "Recuerdos de Ujué" publicado en 1885.

En el siglo XIX la arqueta de madera que contenía el el envase del corazón fue abierta tres veces.

(esa arqueta esta diseñada para contener dentro de ella el pichel con el corazón).

Desde el siglo XVI en que a la caja se le hizo una reparación, no se volvió a tocar ni caja ni reliquia hasta  el año 1851.

Entonces descubrieron que el corazón estaba en un envase de latón con tapa de cristal.

La víscera yacía sobre unas gasas.

Encontraron dentro de la caja otro pichel (envase) donde el corazón estuvo hasta el siglo XVI.

El año 1855 se le fotografió por primera vez.

El año 1886 en la celebración del milenario de la aparición de la Virgen de Uxue se volvió a abrir la caja de madera.

Hornacina sobre la portalada Norte de la iglesia de Uxue.
Ahí estuvo el corazón de Carlos II hasta 1923.

El año 1851 esta hornacina fue abierta por don Aniceto Lagarde presidente de la Comisión de Monumetos de Navarra y Juan Iturralde y Suit, secretario y vicepresidente de la misma.

El corazón estaba dentro de su caja-ataúd.

La víscera fue fotografiada por primera vez en 1855 y a raíz de esta nueva apertura de la caja de madera y ver el envase del corazón.

Resaltamos que años mas tarde Iturralde y Suit volvió a visitar Uxue. Esta vez acompañando a un ilustre viajero: Pedro Madrazo, miembro de la Real Academia de la Historia, secretario perpetuo y miembro de la Comisión de Monumentos a nivel español, el cual estaba preparando el volumen sobre Navarra y Logroño de una serie de libros que tituló "España, sus Monumentos y Artes"... volumen que fue publicado el año 1886.

Tras esa visita es cuando Iturralde y Suit escribió su "Recuerdos de Ujué" dedicado a su "queridísimo y respetado amigo el Excmo. Sr. D. Pedro de Madrazo".

En 1886, dentro de las festividades del milenario de la aparición de la Virgen de Uxue al pastor, y en el día 16 de mayo en que vinieron  Pamplona y Beire, se abrió de nuevo la arqueta del corazón de Carlos II ante el deán de la catedral, regidores de Pamplona y numeroso público levantándose acta notarial del hecho.

El año 1923 la caja con su corazón fueron trasladados a una  hornacina al lado de la Virgen de Ujué donde están actualmente. El pichel que contiene el corazón se diseñó entonces.

El corazón, se exhibe sobre la caja-ataúd que lo guardó. En vez de estar cerrado en ella, fue colocado en un nuevo y artístico pichel de vidrio custodiado por dos pajecillos que portan las armas de Evreux y de Navarra a fin de que el devoto y el visitante puedan contemplarlo.

Sin más, vamos a leer lo que dice Iturralde y Suit (secretario de la Comisión de Monumentos de Navarra) que fue testigo y notario del hecho de abrir la caja y observar el corazón.

(..) .... Con respeto y encanto indecibles contemplábamos las severas naves del devoto templo, cuando tropezaron nuestros ojos con la siguiente inscripción, escrita con caracteres dorados en lo alto de un retablo: «Aqui está el corazón del Señor D. Carlos II, Rey de Navarra, año de 1386».

No es posible expresar el mundo de recuerdos, la vehemente curiosidad que estas palabras despertaron en nosotros; y como por circunstancias especiales podíamos satisfacerla sin cometer una profanación ni ser irreverentes—y estábamos para ello autorizados por quien podía autorizarnos—cedimos al deseo.

Abrióse la férrea puertecilla que cierra el nicho donde estaba depositado el corazón y extrájose el pesado cofre que lo contiene, cofre que no había sido visto desde el siglo XVI.

Es cuadrado, de unos 25 centímetros de lado, y lo forman gruesas y toscas tablas pintadas: en su frente y en la cara opuesta destácanse sobre fondo negro, ramajes amarillos groseramente trazados, y en el centro un gran corazón rojo entre dos pequeños escudos, con las armas reales de Navarra.

Los costados, rojos también, lucen las cadenas heráldicas de color amarillo, que quizá en su origen fue dorado; en la parte alta, en una faja blanca que rodea la arqueta, se leen estas palabras. escritas en caracteres góticos negros e inicial roja:

«Cor : mundum : crea : in : me : Deus: et : Spiritum : rectum : innova : in : visceribus : meis : »

La tapa es blanca exteriormente, y en ella se ve escrito lo que sigue en letras negras, góticas también:

«Aqui está : el : coraço : dl Rey : Do Karlos : qui : morio : en : Pampl : la : p : merá noch : d : jenero : l ayno : de : la : incarnato : de : nro : Seynnor. ml. ccc LXXX : el : VI : et : regno : XXXVII : ainos : et : vivio : LIIII : ainnos : IIII : meses : et : XXII: dias : Dios : por : su : mer : ce : li : faga : perdon : Amen.»

En la parte inferior de la tapa hay estas palabras: "Reparóse año de 1571".

El cofre de madera contiene dos actas—extendidas en las dos ocasiones en que fue abierto—y dos cajitas; una de ellas, esférica, de plomo, y partida, está hoy vacía; es la primitiva,

La otra rectangular, de latón y tapa soldada de cristal, encierra dos pequeñas esponjas, que quizá estuvieron impregnadas en sustancias químicas; un paño blanco, y sobre él un objeto de un rojo negruzco, con menudas cristalizaciones azuladas adheridas a su superficie, desecado y rugoso.

Es el corazón de Carlos II de Navarra. ¡Es el corazón de aquel Carlos el Malo que llenó con su nombre Europa entera; del personaje más temido de su siglo; figura extraña que se destaca gigantesca sobre el sombrío fondo de la Edad Media y en vano interroga la crítica moderna; guerrero impetuoso, político profundo, tribuno elocuentísimo e inteligencia superior!

Tirano cruel, soldado desleal, criminal horrendo, según unos: Rey justiciero y espíritu recto, según otros.

¡Qué terribles secretos se ocultaron en aquel corazón, y cuánto no hubieran dado por leer en su fondo los personajes célebres contemporáneos de Carlos el Malo; los reyes Felipe de Valois y Juan de Francia; el de Aragón; los de Castilla Alonso XI y Pedro el Cruel; Enrique de Trastamara, el Príncipe Negro, Beltrán Duguesclin, Corbarán de Lehet, el Captal del Buch y tantos otros!

En el seno del momificado corazón creíamos oír los rumores de la tormenta, y salvando tiempos y distancias en alas de la fantasía, reconstituíamos la vida del sombrío monarca y le veíamos en perpetua lucha con Castilla, Francia y Aragón; preso traidoramente en el horrible festín de Rouen; libertado de su cautiverio en Cambresis por cinco nobles navarros; recibido en triunfo en París, donde con su elocuencia producía una revolución, siendo secundado por su amigo el preboste de los mercaderes, Etienne Marcel; y llegando a soliviantar las turbas hasta tal punto que pisotearan las divisas o colores franceses y se pusieran en las caperuzas los de Navarra, obligando al Delfin a que lo verificase también; corriendo, más tarde, en socorro de la nobleza francesa, aterrada por la Jacqueria, y desbaratando. completamente a aquellas hordas de feroces bandidos; protegiendo a París que le recibía con su ejército a los gritos de ¡viva Navarra!; bloqueando después la misma ciudad sublevada y apoderándose de la Isla de Francia.

Secuestrado vilmente en Borja; galanteando gentiles damas y cautivándolas con su hermosa apostura y su talento; fraguando maquiavélicas combinaciones, o, quizá, criminales proyectos; vencido unas veces; victorioso las más; pero enérgico e indomable siempre; empobrecido por sus continuas guerras hasta el punto de tener que empeñar a un cambista su cinturón de plata; confesando y reparando noblemente la involuntaria injusticia de un castigo; buscando en la piedad un bálsamo para su convulsionado espíritu; y, por último, minado por horrible dolencia y muriendo quemado, víctima de trágico accidente en su palacio de Pamplona, mientras que en las calles de la sombría capital se escuchaba el rumor de una sublevación popular.

Cuando todo esto recordábamos, parecíanos, repetimos, ver en el impetuoso corazón las huellas de las pasiones como se observan las del torrente en el peñasco, y oírle latir; violento, de gozo, de ira, de entusiasmo o de dolor!... (..)..

Fuente : https://ujue-uxue.blogspot.com/2020/10/carlos-ii-de-navarra-asi-le-extirparon.html

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