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martes, 1 de septiembre de 2015

LA COSTUMBRE DE EVISCERACIÓN DE LOS REYES

Carlos II. Su corazón y la costumbre de la evisceración y reparto de las entrañas de los reyes por distintas iglesias.

Artículo del blog de Mikel Burgi
http://ujue-uxue.blogspot.mx/


Muchos visitantes de Ujué, cuando ven el corazón de Carlos II se enteran que fue voluntad suya que estuviera aquí junto a la Virgen. Además, si hay alguien que les explique, sabrán que este rey también dispuso que sus entrañas fueran a Roncesvalles y el cuerpo a la catedral de Pamplona.
Lo normal es que muchos de estos visitantes hagan preguntas sobre lo llamativo de esta macabra costumbre.

Hasta hace unos quince o veinte años era difícil dar una explicación convincente. 
Desde que la cremación de cadáveres se ha convertido en cosa cotidiana, ha sido más fácil comprenderlo.
A más de un visitante le he explicado que esa costumbre medieval de repartir el cuerpo era algo parecido a lo que ahora se practica con las cenizas de un familiar cuando son esparcidas por los distintos lugares que el difunto amó en vida.

Una práctica medieval que nos ayuda a comprender esta costumbre
Desde septiembre del año 2010 hasta febrero del 2011 se celebró una exposición titulada "Poder y Memoria" en Pau y luego en la sede del Archivo General de Navarra donde se expuso el corazón de Carlos II de Navarra para lo que fue llevado desde Uxue que es donde habitualmente está.

A raíz de la presencia del corazón de Don Carlos en dicho evento, las profesoras Eloisa Ramirez Vaquero y Susana Herreros Lopetegui, comisarias de dicha exposición, publicaron un interesante capitulo sobre la costumbre de que cuerpo y entrañas de muchos reyes estén repartidas en distintos lugares.

Lo copio a continuación. Leedlo. Merece la pena. Sabremos del cómo y el porqué de esa práctica, y aunque algún que otro detalle resulte verdaderamente macabro, sabremos que ésta fue una costumbre muy extendida en la Realeza europea.

ELOÍSA RAMÍREZ VAQUERO Y SUSANA HERREROS LOPETEGUI
El corazón del rey Carlos II
Miércoles, 5 de enero de 2011 

El corazón del rey Carlos II se conserva normalmente en un pequeño nicho a la izquierda del altar mayor de la iglesia de Santa María de Ujué, aunque recientemente ha estado en Pau (Francia) y ahora en Pamplona en una exposición donde, entre otras cosas, se explican diversas formas de expresar la memoria y el poder de los reyes de Navarra que, además, fueron príncipes en Francia. 

Porque la práctica de extraer el corazón y otras vísceras -evisceración- para destinarlas a diversos centros de culto, guarda una estrecha relación, por un lado, con el interés por las manifestaciones del poder regio y la multiplicación de lugares vinculados a la realeza.
Por otro lado, son ocasión para destinar restos regios a diversos lugares con particular significado para la dinastía, y para favorecer las limosnas y otros cultos inherentes a ello; esto incluye una multiplicidad de ceremonias funerarias, y a veces sepulturas más o menos elaboradas y fabricadas aparte para, al menos, el caso del corazón.
Eso ocurrió, por ejemplo, con Teobaldo II de Navarra, que había muerto en su viaje de vuelta de la Cruzada, en Sicilia, pero su corazón fue enviado a Champaña, donde se le construyó un curioso sepulcro que hoy se conserva en París. 

La costumbre de separar las vísceras y el cuerpo, y dentro de las primeras la de destinar el corazón -por ser considerado un órgano vinculado a la esencia personal de cada uno- a una mayor distinción y honores, se inició, en realidad, para dar respuesta a necesidades más o menos prácticas. 

Los primeros casos que conocemos, entre los emperadores romano-germánicos, se debieron al hecho de que con frecuencia morían lejos del lugar de enterramiento previsto en sus testamentos o en la costumbre; desde el siglo IX, como mínimo, tenemos constancia cierta de ello. Se extraían, así, los ojos y las vísceras -incluido el corazón- cuya descomposición era más rápida, y se enterraban en el lugar de la defunción, en tanto que el cuerpo -o al menos los huesos- era trasladado al panteón correspondiente. 

Este aspecto, en todo caso, podía plantear muchos problemas, particularmente en el caluroso verano continental, lo que introdujo un sistema que enseguida empezó a conocerse como "el uso germánico" (mors teutonicum): el cuerpo era desmembrado y hervido para dejar los huesos limpios, y posibilitar así su traslado. En según qué momentos del año, cuando el clima era favorable, cabía proponer un tipo de embalsamamiento a base de especias, que permitía una conservación razonable con vistas al viaje. 

También por razones muy parecidas -la distancia- los reyes de Inglaterra adoptaron este tipo de costumbres a partir del momento en que tuvieron importantes posesiones en el continente: Normandía, sobre todo, Anjou, Aquitania, etc. Ocurría entonces que el monarca, que debía ser enterrado en el panteón de los reyes de Inglaterra, en Westminster, podía morir en sus tierras al otro lado del Canal de la Mancha y se planteaba el mismo problema que en el ejemplo alemán. 

En este caso, además, los soberanos ingleses se sentían intensamente vinculados, sobre todo, con su ducado de origen, Normandía, y era frecuente, entonces, que destinaran su corazón, particularmente, a las tierras normandas, en tanto que el cuerpo podía ir a Londres. 

Sabemos que los reyes de Francia iniciaron este tipo de acciones algo más tarde, y en ello tuvieron una gran relevancia las Cruzadas. No era infrecuente morir en Tierra Santa, o en el camino de ida o de venida, y se generalizó entonces la práctica de dejar las vísceras en el lugar que tocase, y repatriar el resto, si bien el clima de las tierras africanas y de Oriente Medio propició, sobre todo, la generalización del ya indicado "uso germánico". Las cruzadas de mediados del siglo XIII fueron particularmente propicias para ello; Luis IX moriría en Túnez, y Teobaldo II en el camino de vuelta, pero aquella campaña resultó una catástrofe que acabó con buen parte de la alta nobleza francesa. 

Reyes y nobles fueron traídos de vuelta a medida que caían y sus restos fueron repartidos en función de intereses dinásticos, familiares y de predilección personal o de culto. Un elemento digno de consideración era el relativo a las indicaciones que se hubieran señalado en el correspondiente testamento; se indicaba el lugar de enterramiento para cada parte, y en todos los casos se detectan motivaciones como las señaladas. Un sistema de desmembramiento y funerales que había surgido por la necesidad impuesta, de un modo u otro, por la distancia, acabó extendiéndose entre la realeza y la aristocracia como parte de funerales prestigiosos; incluía la celebración de varias exequias, atraía limosnas y otros beneficios, o servía de multiplicador de las manifestaciones del poder real. 

A principios del siglo XIV la dimensión del fenómeno hizo intervenir al papa, que prohibió taxativamente un sistema de desmembramiento que se consideró como bárbaro. Sin embargo, y aunque la orden pontificia frenó casi por completo la práctica, los soberanos de la casa Capeta, reyes de Francia -y luego sus sucesores los Valois- fueron eludiendo la prohibición hasta el punto que la evisceración -salvo algunas excepciones--quedó casi como un privilegio de la dinastía. 

Carlos II de Navarra, hijo de quien hubiera podido ser legítimamente reina de Francia, adoptó esta práctica desde su primer testamento, cuya minuta conservamos en el Archivo General de Navarra, y ahora se muestra en la exposición Poder y Memoria.
Desde Francia, podía prever diversas opciones de muerte, allí o en Navarra; para ambas dispone la evisceración por supuesto, pero para la primera opción su enterramiento será el de un auténtico Capeto: su cuerpo en Saint Denis, su corazón de Pamplona, sus vísceras en Roncesvalles. Para la segunda cambia Saint Denis por la catedral de Pamplona. 

Pero Carlos II hará todavía un segundo testamento, varios años después, cuando estaba bastante claro que sus aspiraciones francesas habían quedado descartadas. Sabe ya, sin duda, que jamás será rey de Francia; por tanto no irá a Saint Denis. El documento, también expuesto ahora, se conserva en los Archivos Departamentales de Pau: su cuerpo iría a la catedral de Pamplona, como corresponde a los reyes de Navarra, sus vísceras a Roncesvalles, y su corazón, al santuario de Santa María de Ujué, centro de su particular devoción y, desde entonces, de toda su familia. Esas serán sus últimas disposiciones y, por tanto, las que sus albaceas cumplirán escrupulosamente.

Su corazón, en la actualidad en una vasija de cristal flaqueada por dos guerreros, de factura moderna, se ha conservado con una preciosa caja de madera policromada que su hijo mandó hacer a principios del siglo XV. Ha viajado temporalmente a Francia, lo que el rey seguramente nunca hubiera pensado, y, después de la estancia actual en Pamplona, volverá al lugar designado en el testamento, en Ujué.

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