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martes, 11 de septiembre de 2012

USOS Y COSTUMBRES - VESTIMENTA


TOCADOS CORNIFORMES




Nota de Askatasunaren Bidea:


En la diáspora, cuando pensamos en "la vestimenta típica vasca", solemos considerar un determinado tipo de traje. Recién en los últimos años, a nivel de los grupos de danzas, se han ido incorporado otras variantes. Sin embargo, nos damos cuenta que poco o nada conocemos de la vestimenta a lo largo de los siglos. Es por ello que creemos que este artículo de Antxon Aguirre Sorondo, publicado en Euskonews, reviste especial interés. Les invitamos a leerlo y compartirlo.



Por Antxon Aguirre Sorondo


Estamos ya en primavera y se iniciarán las ferias y mercados por nuestros pueblos y ciudades, entre ellas, las cada vez más frecuentes “ferias medievales”. Por ello creo que puede ser interesante hacer algunas reflexiones sobre el particular, por lo que ofrezco al lector un trabajito que recientemente he publicado en la revista Gurdia del Museo de Artziniega (Álava), y que dice así:



Hace algún tiempo un grupo de personas de un ayuntamiento me pidió ayuda en el asesoramiento de una fiesta medieval que iban a montar. Me explicaron cómo iban a ir vestidos: “a lo medieval”, con albarcas, las mujeres con tocados corniformes, y demás.




Cuando les indiqué que en esa villa en la Edad Media solamente existirían 4 o 5 mujeres de la alta sociedad, que portarían tocados corniformes, se quedaron de piedra. Luego añadí que dichas señoras no podían llevar delantal, ni albarcas, sino zapatos de cuero negro con hebillas de plata (si era posible) y que el resto de mujeres tenían que ir con albarcas o descalzas al igual que los niños y niñas. Que ninguna mujer virgen podría ponerse pañuelo en la cabeza, tenía que ir con el pelo descubierto, lo cual señalaba que era doncella. Solamente las casadas y las que habían parido llevaban pañuelo en la cabeza en público, otra cosa era en la casa. La norma era que la mujer se cortara el pelo el día de la boda, en una ceremonia que aún se mantiene en la entrática, esto es, cuando hace los votos de monja.





Pero el colmo fue cuando en una representación encontré a una elegante dama con elegante vestido medieval, tocado corniforme y albarcas haciendo queso. ¡Una dama de la altísima sociedad manchándose las manos cual vulgar pastora! ¡Inconcebible! Las damas de esa clase no hacían trabajos manuales, salvo bordar.


Gonzalo Manso de Zúñiga (1 ) dice como en el Museo Arqueológico de Madrid y en el francés de S. Germain-en-Laye hay numerosas figuras procedentes de un templo pagado de Despeñaperros, de los siglos VI y V a.C. que representan mujeres con altos tocados idénticos a los usados por las damas vascas de los siglos XIV al XVIII. Este autor recoge las palabras del geógrafo griego Artemidoro en las que refiriéndose a las mujeres del norte de España decía: “se colocan sobre lo alto de la cabeza una especie de columnilla de un pie de larga y en ésta entrelazan los cabellos y después la envuelven con tocado negro”.


Los tocados femeninos vascos, también fueron usados en otras zonas como Santander y La Rioja. En el Código Emilianense que se conserva en El Escorial se representa a la reina Urraca con un alto tocado curvado hacia delante, y del que penden largos velos, al igual que en un altar de San Millán de Suso (La Rioja), y en el alfarje de Silos (Burgos).


Para este autor este tipo de tocado, que fue usual en Siria en el siglo XII, posiblemente pasó a Andalucía, dada la fuerte relación entre las gentes de esa zona con el Califato de Córdoba.




Su máximo uso y propagación fue en el siglo XIV.


Ya en las Juntas Generales celebradas en Deba (Gipuzkoa) en 1434 se pretendió reducir su tamaño, prohibiendo tendrían más de 31 varas de lienzo fino, o más de 6 varas de lienzo grueso.


Los diversos pasajeros que pasaron por España nos los describen, incluso algunos los dibujan. El viajero Gabriel de Minut, en 1587 los calificó de indecentes, reminiscencia del culto a Priamo, dios griego del amor físico. En 1600 fueron prohibidos por el Obispado de Baiona y en 1617 el feroz juez Pierre de Lancre arremetido con virulencia contra ellos.

Todos los forasteros se admiraban ante los tocados de las señoras de la nobleza vasca, elevados sobre un armazón con tela de lino en formas extravagantes y distintos en cada comarca.


Antonio de Lalaing (siglo XVI) (2 ) decía la: hermosura de las damas vascongadas, las cuales llevaran en vez de bonetes una especie de turbantes con muchas vueltas de tela y asegura que las muchachas llevaban pelo cortado, no pudiendo llevar bonetes las solteras y que las casadas llevábanlas cubiertas de bordados de oro y seda.



En el siglo XVI una Real Orden prohibió su uso al declararlos obscenos, si bien dicha ley no fue muy obedecida como lo demuestra que con fechas posteriores aun fueran descritos por autores como Lope de Vega Carpio (1563-1635), o Juan Pérez de Montalbán (1602-1638).


El francés Abate Montreuil, en junio de 1660 (3 ) escribió:

«El miércoles 26 de mayo, salí a las tres de la tarde de San Juan de Luz para ir una vez más a dormir en San Sebastián. La mayoría de las campesinas son más bellas, más limpias y están mejor vestidas que en Francia. Sus cabellos están de dos maneras: unas tienen dos o tres cordones trenzados, que cuelgan sobre los lados y por detrás; otras, plegados solamente en dos, lisos y unidos, sin otro artificio. Tal aldeana era tan bien hecha, de talle tan bello y majestuoso, que si no hubiéramos visto más que su cuerpo y su cara, y se nos hubiera ocultado lo que llevaba sobre la cabeza, en vez de adivinar que era un cesto, juráramos que era una corona. La falda bajera es más larga que la de encima, a fin de que sea vista. Tan cierto es que el noble orgullo de esta nación se extiende hasta las más bajas condiciones. Los dientes los tienen muy hermosos, según la costumbre de todos los países cálidos; entiéndase, entre la gente pobre, porque las mujeres y las muchachas de calidad, hasta las burguesas, un poco coquetas, los tienen un poco estropeados. Casi todos los ojos son negros, brillantes, amorosos y, por tanto, muy hermosos».


Téngase en cuenta que el Abate describió a la gente llana (los subrayados son míos).


Muy interesante es también la descripción que hace el Padre Manuel de Larramendi (1690-1766) en su obra Corografía de Guipúzcoa, en la que dedica un capítulo a los TRAJES Y MODAS. Copiamos:(4)


Todos los guipuzcoanos, ellos y ellas, son muy inclinados a andar bien vestidos y no aparecer en las calles, plazas e iglesias ni entre gentes, sino muy limpios y decentes. Nunca se ve en Guipúzcoa tanto capipardo, braguirroto, cazcarriento, arlote, desgreñado, mugriento, desparrajado, asquerosos y sucio como se encuentra en los pueblos de Castilla y otros reinos. En el monte y en sus caserías retiradas del pueblo, donde se ven solos y miran ellos mismos, andan con menos escrúpulo y más libertad, vestidos de cualquier modo oportuno para el trabajo y labores del campo y del monte. Pero bajando al pueblo a funciones de iglesia, a fiestas u otras precisiones y ocurrencias, se visten con tal aire y decencia, que puede dudarse si son aquellos del monte y de las caserías. Y los forasteros que examinasen a las gentes de Guipúzcoa sólo en días de fiesta, dirían que todos eran acomodados, así hombres como hembras, y que no había labradores, ni oficiales, ni pobres: se entiende, si no les mirasen a las manos, en que seguramente hallarían el desengaño de sus primeras aprensiones...


...Conservan también los capusayes y charteses con capilla, mangas anchas y cortas, de que usan en el monte en tiempos lluviosos y cuando cogen argoma y cortan espinas y zarzas y otros trabajos. Pero estos capusayes se han desterrado aun de la gente común de los pueblos, y nunca se han estilado entre mujeres. Estas en las caserías usan también de abarcas, y en las cabezas de unos tocados de lienzo, más o menos fino, con que se cubren, y son de más o menos aire, y en su acomodo y positura hay muchas diferencias; y tiene este tocado varios nombres, según los países: curbicheta, buruco estalquia, oiala, zapia.


Cuando bajan de sus caserías los días de fiesta para oír misa y otras funciones de iglesia, tienen en los lugares sus janciecheas, en particular las mujeres, y así se llaman las casas en que se visten y se mudan, y son las de sus amos o amigos: y vestidos allí con limpieza y decencia, se presentan en la calle delante de la gente, y van de manto o de mantellina a la iglesia.



En Beterri apenas se verá hombre ni mujer de casería que ande con abarcas en día de fiesta, ni en la iglesia ni en las calles; en Goyerri aún se ve mucho de eso y me pareció que desdecían de lo demás del vestido cuando lo observé la primera vez, aunque, ya acostumbrados los ojos, no me disuena la junta de abarcas y mantos. Los más de los caseros propietarios e inquilinos de cuenta tienen sus casacas y calzón de paño de Segovia, con que bajan a la calle y a la iglesia (o de otros paños no burdos, y usan mucho de felpa triple para calzones), y corresponde la chupa y almilla, media, zapato y sombrero, y así ocupan el sitio y los asientos destinados para los hombres, que están separados del lugar de las mujeres.



Los caseros e inquilinos que no son de tanta cuenta, muchos gastan también paño de Segovia; pero los más se visten de otros paños, pero ninguno burdo ni basto, en particular los mozos y casaderos, y usan mucho de felpa triple para calzones. Unos y otros bajan con caras y manos lavadas y limpias; ninguno con camisa sucia, en que ponen gran cuidado; ninguno huele a mugre, a chotuno, a sobaquina; los más con pañuelos blancos, o de color, para sonarse con decencia y no valerse del reverso de las capas u hongarinas, como lo hacen en Campos y otras partes de Castilla los labradores. Los caseros propietarios y de cuenta vienen con espadines, aunque no son muchos, o con espadas largas, que, aunque han querido desterrarse al mismo tiempo que las golillas, han quedado muchísimas en Guipúzcoa, a lo menos para los alardes y para la danza de espadas, que está en vigor. Los otros caseros y los mozos vienen de montera y palos altos y fuertes, que les sirven para bajar cuestas y montes, y después de arma y defensa en las ocasiones; y para riñas y pendencias quieren más su palo que cualquiera espada.



Si los caseros bajan con tanta decencia y limpieza, dicho se está que las mujeres e hijas vendrán con más aire y primor. Todas las guipuzcoanas son de una inclinación predominante a la ropa blanca, y en tener la mucha y buena tienen su mayor gusto y cuidado. Bajan de sus caserías con su ajuar en la cabeza; limpias caras y manos como una plata. La camisa, o es de una pieza, como la del hombre, o de dos, que se compone de enaguas blancas, que llaman atorra, y de mangas y cuello, y dos faldas abiertas hasta la cintura, y llaman charamela y atorramauca. Pónense medias, zapatos y hebillas. Sobre el zagalejo se visten las sayas, o lo que ahora llaman guardapiés, y donde pusieron ese nombre apenas debía llamarse guardapiernas; tan al aire las traen y tan descubiertas las grandísimas de poca vergüenza. Nuestras caseras se ponen sobre otras, por lo común, una saya de lila encarnada con galón blanco, y en fin la basquiña o saya superior negra de carro de oro.



Antes de esto cubren su cabeza con el tocado blanco como la nieve, y gastan hasta prolijidad en acomodarlo, ya de un modo, ya de otro, y siempre con mucho aire. No hay casera casada que ande con la cabeza descubierta, aunque sí las casaderas. Arman las orejas con pendientes, aunque sean de perlas falsas; el cuello con una cruz pulida, pendiente de cinta negra; el medio cuerpo, espalda y pecho con un jubón ajustado de raso, que se ata con abujeta de seda; luego casaca de damasco; los brazos con manguillas o mangas cortas de persiana. Vuelven otra vez al cuello a cubrirlo con una corbata limpísima de gasa y encajes, que con alfileres aquí y alfileres allí la prenden con notable gusto y proporción y quedan modestísimamente cubiertas.



En el punto de salir ya a la calle y a la iglesia ponen su mantellina negra orlada de cinta negra, o manto de tafetán negro, menos cuando están de duelo y de honras, de que luego hablaremos. Toman su rosario en la mano, y es muy común que esté engarzado en plata, y así andan en la calle y están en la iglesia. Pero ¿cómo se hace este milagro en pobres labradoras y caseras? Quitándoselo de la boca y ahorrando cuanto pueden en el comer y beber. Yo sé que en otras partes hombres y mujeres de labranza y oficiales están más entregados a su vientre y a comer y beber, y andan arlotes y mal vestidos; pero en Guipúzcoa son dados a vestirse y engalanarse, y estiman más que uno les diga: Ederqui apaindua zaude, que no el que les diga: Oparo barazcaldu dezu...



Y el historiador vizcaíno Juan Ramón Iturriza y Zabala (1741-1812): Las casadas hasta ahora 24 años, solían traer generalmente un tocado en la cabeza digno de que se haga mención para que sepan los venideros cómo era (así bien algunas, en días clásicos mantos de tafetán morado), pues rara la mujer que trae al presente, y dentro de poco ninguna usará; y únicamente vi traerle el año pasado de 1783, en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora en Cenarruza, a la mujer del fiel regidor de Arbazegui.(5)



En el museo de San Telmo de San Sebastián hay un gran arcón de madera del siglo XVIII en la que pueden verse las tallas de dos mujeres cubiertas de esta manera.


Podemos establecer el siguiente resumen: no sabemos desde cuento fueron usados estos tipos de tocados entre las damas vascas, aunque nos consta que bien pudieran ser desde el siglo XI; que su máximo esplendor fue en el XIV; que fueron prohibidos a partir del XVI, pero que su presencia se mantiene hasta el XVIII.



En la Edad Media la estructura jerárquica se refleja en las nuevas villas, escenario para la pública exhibición de la condición social de cada habitante. A ello contribuían además los atuendos, variados en su forma y enriquecidos en sus tejidos gracias al desarrollo del comercio. Con lana se confeccionan los paños, equivalentes a las actuales telas, mientras que el lino —habitualmente cultivado y tejido en cada casa— servía para las prendas interiores (el algodón aún en el XIV era poco usual en Europa); sobre éstas iban otras más gruesas (jubón y calzas en los hombres, y corpiño y faldeta en la mujer), y recubriéndolo todo sayo de una pieza en los varones, y sayuelo y falda en las féminas. Distintivo social de nobles, alto clero y burgueses eran los zapatos, mientras el común de los villanos iba descalzo o empleaba abarcas fabricadas en el hogar con pieles sin curtir.


No hay duda, por supuesto, que serían muy distintos y no comparables los tocados femeninos del XVIII con los que portaban las damas del siglo XV.

Para entender el tema del uso de estos ostentosos tocados tenemos que tener en cuenta varios factores:


• Ostentación. La portadora de dichos tocados demostraba tener medios económicos para poder llevar-tener tela de sobra, en tiempos que ello era un elemento caro.
• Grandeza. Al igual que los monarcas, emperadores, clérigos y demás portan elementos que les engrandecen la figura para dar sensación de mayor poder, más personalidad. La portadora de los tocados queda gracias a ellos engrandecida físicamente con respecto a las demás damas. No es pues extraño que se diera una auténtica competencia a ver quien la llevaba más grande.
• Atención. Como dice el historiador Incola Squicciarino: “Por el placer de sentirse el centro de la atención”.(6 )



A la hora de realizar recreaciones históricas estos pequeños detalles son muy importantes si lo que pretendemos es acercar a la gente a una realidad histórica y hay que respetar la autenticidad cuando nos sea posible para no crear falsos estereotipos.





(1) MANSO DE ZÚÑIGA, Gonzalo. Museo San Telmo. La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao. 1976. p. 140.


(2)VARIOS. Indumentaria. Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco. Editorial Auñamendi. San Sebastián. T.XIX. p. 462.



(3) BOZAS URRUTIA, Evaristo. Andas y mudanzas de mi pueblo. Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, S.A. San Sebastián, 1976. pgs. 263.



(4) LARRAMENDI, Manuel de. Corografía de Guipúzcoa. Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, S.A. San Sebastián. 1969. pgs. p. 213.



(5) VARIOS. Indumentaria. Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco. Editorial Auñamendi. San Sebastián. T.XIX. p. 468.



(6) SQUICCIARINO, Incola. El vestido habla. Ediciones Cátedra, S.A. Madrid. 1990. p. 122.




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